miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las Campanillas

Hoy me fui a ese parque que es del amor o algo así, no, no fui a ver a nadie, ni por romántica, ni nada por el estilo. Fui porque quería un lugar donde ver el mar, y como ya estaba en el Malecón Balta, caminar hasta el faro o a Larcomar me parecía un derroche innecesario de energía. Así que me fui a ese parque. Cuando llegué miré la horrible estatua de los enamorados besándose y recordé que para mi fiesta de promoción fui con mis amigos a ese parque a tomarnos fotos, me pregunté qué sería de esas fotos, miré la horrorosa estatua una vez más y la encontré ramplona, chabacana, tan vulgar como la gente que suele imitarla en los parques (nunca he podido aguantar la mala costumbre de la gente de besarse explícitamente en un parque o en plena calle), así que le di la espalda.

Rodeé la abominación y me dirigí a las bancas de cemento y me apoyé en la baranda de piedra decorada de mosaicos con frases ‘poéticas’ que están colocadas malamente y sin ton ni son, (para poetas de amor Neruda y Blake y no un grupo de limitados que creen saber rimar) y me puse a contemplar el mar, que desde que soy chiquita tiene ese efecto sedante que el nintendo o la PlayStation tienen en mis hermanos. Bueno, el punto es que estaba viendo el mar y justo debajo de la banca en la que estaba parada había una enredadera con campanillas, campanillas azules o violetas. Vi tres, eran las tres campanillas más lindas que había visto en mi vida, eran grandes, y tan azules o violetas que apenas las vi me dije: Son las campanillas más hermosas de la vida, me voy a acercar.

Y trepé por la banca y salté hacia el otro lado que no tiene barandilla de seguridad y que es un barranco que desemboca en la Costa Verde. Me acerqué a las tres campanillas que me tenían completamente hechizada y me incliné a tocar con el dedo la más cercana por si tenía una abeja, o una araña. No alcancé, me acuclillé y lo volví a intentar, fail, de nuevo. Me acerqué al borde, con la punta de mis converses azules en el abismo y me incliné hacia adelante decidida a coger las condenadas campanillas que parecían burlarse de mi con su color violeta fuerte. Protesté contra el jodido ángulo que habían elegido para crecer, mientras lo hacía, perdí un poco el equilibrio y me agarré instintivamente de una mata de flores amarillas, no muy llamativas. Suspiré, que carajos estoy haciendo, pensé. Y las volví a mirar, eran tan hermosas y estaban tan cerca… Volví a intentar desde otro ángulo, ya no quería apoderarme de las campanillas, ahora sólo quería tocarlas un poco, sentir sus pétalos, se veían tan suaves. Salí de mi trance sólo para ver que esta vez no tenía la mitad de las zapatillas en el barranco, sino que tenía un pie en el vacío. Sonreí y me senté en el borde, con los pies entre las enredaderas, suspiré y contemplando el mar dije en voz alta: casi he muerto hace un momento. De repente el mar se vio más inmenso y sentí el aire azotarme con más fuerza. Miré fijamente a las campanillas, se burlaban de mí más hermosas que nunca. Me reí, me puse de pie, me sacudí el polvo y tomé una foto mental de la tarde gris. Me di la vuelta, trepé el banco y avancé hacia el centro de Miraflores.



1 comentario:

  1. OMG, no vuelvas a hacer eso D:
    No te dejes hipnotizar por las campanillas otras vez, pudo haberte ocurrido algo terrible y tal vez ni siquiera hubieras escrito esto en tu blog.
    cuidate muuucho, oki?

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