domingo, 22 de julio de 2012

Cercanías/Lejanías


Hoy miraba la luna mientras iba por Miraflores, tenía la forma de la sonrisa del gato de Cheshire. Incluso podría jurar que el brillo con el que bañaba la ciudad hoy tenía algo socarrón y nos teñía de forma lánguida, como quien no quiere la cosa. Me recordó tanto a tu sonrisa cantautor, que le tuve que sonreír a esa luna burlona, muy a mi pesar. Le sonreí y te extrañé tanto que se puede pensar que la luna se dio cuenta y te extrañó conmigo. O quizás te miró irónica a ti también. Probablemente lo segundo. Pensar que mientras miraba los edificios miraflorinos y a la luna de Cheshire la luna te miraba a ti con burla, porque sabía que del otro lado de la ciudad yo te escribía con la mente extrañándote con toda mi alma, sintiendo que tu cantabas en París y yo pataleaba en California, o que tu le cantabas a una flor seca y yo simplemente estaba ‘bien’. 
No sé que me dio para presagiar distancias tan tristes, me sentí como un tristísimo tigre y mientras tú cantabas en el otro lado del trigal.

Quizás es el clima, Miraflores invernal nunca ha sido bueno para la nostalgia, la humedece y la empeora, y mientras caminaba por ahí pasé por el teatro Julieta mi nostalgia se humedeció y adoptó forma de mar y se instaló en mis ojos, la nostalgia, bien lo sabes, es como la sal y no es bueno que se humedezca porque a veces se desborda. Puede que haya sido el frio y el color de la noche, pero hoy el teatro Julieta y alrededores se veían exactos a esa vez. No pude menos que recordarnos desde el principio, remontándome a años atrás y a una hipotética prehistoria de amor y sonreír con la nostalgia bailando en mis ojos, humedecida definitivamente y potencialmente desbordable, mientras te imaginaba ahora sentado en una torre encantada y solitaria, en un océano de gris creando melodías bajo la luna.

Y con la nostalgia instalada, humedecida y desbordable me senté a escribirte mientras la luna socarrona se desvanecía detrás de una nube, como el gato en el país de las maravillas. 

Fernanda Tuya

sábado, 7 de julio de 2012

El infinito

Me senté a contemplar la inmensidad. Esmeralda y blanco, lo miro eternamente cambiante, es el mismo y es otro desde el principio hasta el fin. Lo veo adoptar formas de pequeños remolinos y ser calmo. Es hermoso, es tan hermoso que es conmovedor, miro ese punto en el horizonte donde entre la bruma no se define donde empieza el cielo y termina el mar, y parece que ambos se unen a no tener fin.